Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 24 de enero de 2018

DAVID FOENKINOS. CHARLOTTE

Hola, buenas tardes, bienvenidos a Todos los libros un libro, vuestra cita semanal con las recomendaciones de lectura en Radio Universidad de Salamanca. Esta tarde os traigo a un escritor lo suficientemente conocido como para que esa intención de presentároslo resulte petulante y hasta ridícula. Y es que David Foenkinos, el joven novelista francés, de solo cuarenta y tres años, tiene ya una extensa obra publicada y cuenta en su haber con numerosos premios en su país y también internacionales, por lo que su nombre sin duda os suena y probablemente hayáis leído ya alguno de sus libros. Yo quiero centrarme hoy en Charlotte, una novela emotiva, conmovedora, asombrosa, una maravilla, una joya que vio la luz en la editorial Alfaguara en 2015; pero no quiero dejar pasar la ocasión de invitaros también a que leáis otros dos de sus libros, también magníficos, La delicadeza, con el que se dio a conocer mundialmente y que cuenta con una solo discreta traslación cinematográfica dirigida conjuntamente por el propio Foenkinos y por su hermano Stéphane, y La biblioteca de los libros rechazados, publicados por Seix Barral y Alfaguara, respectivamente, en 2011 y 2017.

El indiscutible éxito de los libros de Foenkinos hizo -como tantas veces ocurre en mí, en quien quedan aún absurdos resabios de un intelectualismo barato para el que el éxito es a menudo sospechoso de poca calidad- que me resistiera una y otra vez a su lectura. Recuerdo mi rechazo a comprar La delicadeza, llegando a tenerla en mis manos varias veces y en distintas librerías y sintiendo su irracional pero apetitosa llamada. Hace unos meses, sin embargo, un artículo en una revista en el que de modo algo tardío -la novela llevaba publicada dos años- se reseñaba esta Charlotte de la que hoy quiero hablaros me llevó a leerla, entusiasmarme y, dado mi temperamento algo sanguíneo e impaciente, hacerme de inmediato con las otras dos novelas del francés a las que acabo de referirme, para acabar leyéndolas en pocos días con idénticos apasionamiento y fruición, con idéntico disfrute y con idénticas ganas de recomendarlas que la primera.

Charlotte, que aparece en España traducida por María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego, es una biografía novelada que gira sobre Charlotte Salomon, una joven pintora judía que murió en Auschwitz con solo veintiséis años después de una vida atormentada e intensa que el escritor francés nos presenta con sutileza y sensibilidad, con originalidad y talento, con ternura y magia y verdad. El personaje -su fuerza, su inspiración, su creatividad, su genialidad, su “gracia”, su naturaleza afligida, su desconsuelo, su caos, su trágica existencia- obsesionó a su autor, según confesión propia, durante cerca de una década, el tiempo que, desde que vio una exposición de la obra artística de la joven, tardó en encontrar la forma adecuada -muy singular, como luego veremos- para narrar los cortos y sin embargo vibrantes años de la chica; y esa fascinación y ese encantamiento afloran en el libro y se contagian al lector que termina la lectura subyugado y seducido, cautivado y estremecido, golpeado en el alma -gozosamente golpeado- por tanta tristeza, por tanta emoción, por tanta belleza.

Es difícil comentaros la novela, siquiera de modo sucinto, sin daros cuenta de lo sustancial de la historia real de su protagonista; un desvelamiento que, en este caso y a diferencia de situaciones similares en otras reseñas, no me preocupa tanto por cuanto la biografía de Charlotte Salomon es bien conocida y se multiplican los estudios sobre su vida y su obra. De hecho, os aconsejo leer el libro en “conexión” constante con internet, en donde, claro está, podréis encontrar fotografías de la chica y de su familia, algunas de las cuales se mencionan en la novela, reproducciones de infinidad de sus cuadros y numerosos otros datos de interés para completar la narración por la que avanza Foenkinos. También os propongo la lectura de ¿Vida? ¿O teatro?, su autobiografía dibujada, que mezcla más de mil gouaches con narración y música, un libro espléndido que podéis encontrar -por desgracia sólo en inglés, francés, alemán y neerlandés- en una edición magnífica de Taschen.

Charlotte Salomon nace en Berlín el 16 de abril de 1917, en una familia judía acomodada, su padre un cirujano de prestigio y su madre enfermera. La rama materna está sometida a un destino -a unos genes: el carácter de un hombre es su destino, escribió Heráclito- funesto. La hermana de su madre, que se llama como ella, Charlotte, se suicidará con solo dieciocho años, antes del nacimiento de su sobrina, en un episodio que se recoge en el primer capítulo del libro que os dejo como cierre de esta reseña. Su propia madre, Franciska Grunwald, lo hará cuando la niña tiene nueve años. Después será su propia abuela la que acabe con su vida, y antes también habían puesto fin a su existencia la madre de su abuela, y el hermano de ésta, y su tío, y su hermana, y el marido de la hermana, y un sobrino… Ingiriendo veronal, con sobredosis de somníferos, arrojándose desde un puente, lanzándose al vacío por una ventana, los numerosos antecedentes que se remontan a varias generaciones de Grunwald parecen condenar a la chica al cumplimiento de esta inexorable condena familiar. Sin embargo, Charlotte no conocerá hasta muy tarde, con veintitrés años, lo sucedido con sus parientes. Hasta entonces su vida es relativamente tranquila, desenvolviéndose entre el cuidado de diversas institutrices, la atención de sus abuelos, la ausencia del padre -siempre enfrascado en sus proyectos científicos e investigaciones médicas- y la relación con Paula Lindberg, su madrastra, una notable cantante de ópera con la que el viudo Albert Salomon ha vuelto a contraer matrimonio al poco tiempo del suicidio de su esposa.

A través de Paula y de su profesor de canto Alfred Wolfsohn, del que la joven se enamorará, Charlotte conoce el mundo del arte y descubre en su interior la pasión y el talento para el dibujo y la pintura. Sus estudios artísticos oficiales quedarán truncados por la llegada de Hitler al poder y la progresiva segregación de los judíos de la vida civil. A partir de la trágica Noche de los cristales rotos, sin haber cumplido aún veinte años, Charlotte huirá a la Costa Azul francesa con sus abuelos, conocerá los terribles secretos familiares, seguirá dando curso a su ya febril vocación creadora como barrera de protección frente a las innatas tendencias al desequilibrio (Y tal es, en efecto, el privilegio de los artistas: vivir en la confusión) y, tras haber completado su obra magna, la ya mencionada biografía dibujada, de título ¿Vida? ¿O teatro?, sufrirá, como el resto de sus allegados, el triste sino de tantos otros miembros de su pueblo. Conducida a Auschwitz, será gaseada nada más llegar, con veintiséis años y embarazada de cinco meses de Alexander Nagler, un refugiado austríaco al que había conocido en Francia.

Pero el dramatismo que en sí encierra esta historia, por desgracia consabida, tantas veces contada por muy distintos protagonistas o testigos del horror, no es la principal fuente de emoción de un libro, como he dicho, conmovedor hasta las lágrimas. Es la opción literaria elegida por Foenkinos para narrarla, para recordar el terrible paso por el mundo de la chica (La auténtica medida de la vida es el recuerdo, se dice en el libro), lo que la convierte en una maravilla, en una obra excepcional e inolvidable. El relato se presenta organizado en frases muy cortas, casi como si se tratara de versos libres, aunque, pese al lirismo que impregna la novela, estamos de manera indudable ante un texto en prosa. En un momento del libro, el autor explica el porqué de esta opción de técnica literaria (que es más que eso: una exigencia visceral, una necesidad):

Me he pasado años tomando notas.
He recorrido su obra sin cesar.
He citado o recordado a Charlotte en varias de mis novelas.
He intentado escribir este libro muchísimas veces.
Pero ¿cómo?
¿Debía incluirme en él?
¿Debía novelar su historia?
¿Qué forma debía adoptar mi obsesión?
Empezaba, probaba, luego renunciaba.
No conseguía escribir dos frases seguidas.
Me quedaba varado en todos los puntos.
Imposible progresar.
Era una sensación física, una opresión.
Sentía la necesidad de poner punto y aparte para respirar.

Entonces caí en la cuenta de que había que escribirlo así.

Presentada la obra de esta manera, cada nueva frase se “degusta” de modo autónomo, encierra emoción en sí misma, dándole al libro una intensidad, una hondura, una fuerza tales que el lector avanza exaltado, apasionado, estremecido, temblando, vibrando no solo con la amarga vivencia de Charlotte -los hechos “objetivos”- sino con la vehemente y poética recreación que Foenkinos, en su enardecida subjetividad, hace de su vida. Porque Charlotte es una novela, con una extraordinaria y bien documentada base real -todos los hechos y datos que se cuentan sucedieron verdaderamente-, pero ficción al cabo por la intervención magistral del escritor.

Y además de esta peculiaridad estilística, otro rasgo interesante del libro lo proporciona una forma adicional de “intromisión” del autor, el cual, mientras narra la biografía de la chica, da cuenta de su propia intervención, del “seguimiento” de su “figura” a lo largo de los años, del rastreo casi detectivesco de los aspectos menos conocidos de su vida, de las visitas a los lugares en que se desarrolló su existencia (Foenkinos visitó todos menos Auschwitz, como él mismo declara), de las entrevistas personales con quienes la conocieron o -más a menudo dado el mucho tiempo transcurrido- con sus descendientes, de su obsesión por el personaje que lo lleva a hacerlo aparecer en algunas de sus otras novelas. Y en todo este proceso de indagación aparece siempre, como último término, la muerte (La muerte, estribillo incesante de mi búsqueda), en los repetidos suicidios familiares y en el monstruoso exterminio nazi.

La biblioteca de los libros rechazados, sin llegar, a mi juicio, a las altas cotas de calidad de Charlotte, es también una novela excelente, llena de sentimiento e inteligencia, y en la que afloran de nuevo las facetas más sensibles y tiernas de la escritura del parisino. A partir de un libro del escritor norteamericano Richard Brautigan, cuyo protagonista trabaja en una biblioteca que acepta los libros que han rechazado las editoriales, se creó en Estados Unidos, en 1990, la Brautigan Library, que da acogida a todos los libros huérfanos de editorial que ven la luz en el país. En octubre de 1992, y ya en la ficción novelesca de Foenkinos, un bibliotecario francés, Jean-Pierre Gourvec, decide llevar adelante un experimento similar en la institución en la que trabaja en su pueblo, Crozon, en la costa bretona. Por una serie de circunstancias algo disparatadas, un manuscrito abandonado entre los anaqueles de la biblioteca de la localidad llega a manos de una editora que, deslumbrada por la calidad del texto, decide publicarlo. La aparición de la inesperadamente magistral novela, Las últimas horas de una historia de amor, desencadena una sucesión de peripecias que envuelven a la propia editora, a su pareja, un escritor fracasado, a un crítico cuyo desempeño profesional ha conocido mejores tiempos, a una solitaria anciana, viuda del presunto anónimo autor, a la hija de ambos, al exmarido de ésta, a la nueva bibliotecaria, y hasta a una joven dependienta del comercio propiedad de la mencionada hija y a un estudiante que recala en la biblioteca, en una trama en la que la resolución del misterio acerca de la autoría del sorprendente libro, una indagación casi detectivesca capaz de llevar en volandas al lector de la primera a la última página de la novela, no es, sin embargo, su elemento más atractivo. Como se puede leer en un momento de la obra La vida tiene una dimensión interior, con historias que no se materializan en la realidad, pero que no por ello dejamos de vivir. Y dar a conocer esas historias secretas imaginadas, soñadas, es la función esencial de la literatura, un dominio en el que Foenkinos se desenvuelve con enorme brillantez. Y así, entre interesantes motivos para la reflexión sobre el mundo literario, las interioridades de la edición, la importancia de la autoría, el papel de la crítica o las personalidades de los autores, y punteado por infinidad de referencias a escritores, libros y personajes en general muy conocidos -la “discreta” fotógrafa Vivian Maier como emblema de todos ellos- cuyas obras también fueron inicialmente despreciadas, La biblioteca de los libros rechazados (que traducen también María Teresa Gallego Urrutia y Amaya García Gallego) se adentra con sensibilidad y cariño, con ternura y comprensión, en las vidas de un puñado de personajes memorables pese a su normalidad.

Con el tiempo totalmente superado, os aconsejo también la lectura de La delicadeza, el primer gran éxito del escritor francés. Publicada por Seix Barral y traducida por Isabel González-Gallarza, se trata de una novela enternecedora, deliciosa, elegante y sutil, bellísima. Habiendo sobrepasado con creces los límites de nuestra habitual duración, no procede ya un comentario más detallado sobre el libro; baste pues con señalar que Foenkinos relata, con “insoportables” ternura y sensibilidad, el proceso -tan universal- del enamoramiento (al menos cinco personajes se ven envueltos en él, aunque es la irresistiblemente atractiva -en todos los sentidos- Nathalie quien protagoniza la historia principal). Y si califico de tal modo -tan aparentemente disuasorio- el planteamiento del libro es porque su autor nos muestra, en toda su intensidad, con todo su encantamiento, con toda su magia, su dulzura, su fuerza y su poesía, ese milagroso fenómeno que en ocasiones nos arrastra a los seres humanos, transportándonos a regiones sentimentales, emocionales (también sexuales) en las que intensidad de lo vivido es de tal magnitud que no estamos preparados para aguantarla y cuyo nostálgico recuerdo, cuando el arrebato termine, perturbará nuestra vida y nos acompañará, tiñendo de melancolía nuestros días, hasta la tumba.

Nathalie es una mujer moderna, brillante, divertida, culta, dinámica, precisa, generosa y rotunda, además de inteligente, sensible, risueña, soñadora y muy guapa, una personalidad de un magnetismo y un atractivo arrolladores, una chica de esas que van “dejando cadáveres” a su paso (os juro que existen, yo mismo “he muerto” varias veces bajo el influjo fatal de una presencia así, tan brillante, que todo lo ilumina y, a la vez, todo lo nubla). Y lo demás es superfluo, pues qué importan las peripecias -dramáticas o felices, desgraciadas o jocosas (hay mucho humor en Foenkinos)- que vive la joven, si el lector sólo puede enamorarse de ella y avanzar en la lectura sintiéndose simultáneamente fascinado y tembloroso, maravillado y conmovido por esa prodigiosa exhibición de gracia y belleza, de inocencia y pureza, de sencillez y bondad y a la vez, padeciendo -casi desde el inicio de la novela- frustración, melancolía y una tristeza indecible, al saber -con la nítida rotundidad con la que esas cosas se saben- que mujeres como éstas ya sólo existen en el pasado y que el resto de nuestra vida nos acompañará su ineluctable ausencia. Si, para ahondar más en la herida, os decidís a ver la película (que no es gran cosa) y os encontráis -en el papel de la inenarrable Nathalie- con la dulcísima Audrey Tautou, no os quedará otra que hundiros en un mar de lágrimas mientras parafraseáis las palabras de Borges que tanto me gustan y tanto he repetido ya en estas páginas: Yo, que tantos hombres he sido, no he sido nunca aquel en cuyo abrazo desfallecía la bella Nathalie.

En fin, tres libros excepcionales, estos de los que hoy, en esta larga reseña, os he hablado: Charlotte, La biblioteca de los libros rechazados y La delicadeza. Haced caso a mi perentorio consejo: ¡¡no dejéis de leerlos!! Y aprovechando la vinculación con Auschwitz de la primera de las obras, vuelvo a recomendaros también la visita a la exposición que sobre el campo de exterminio se presenta en Madrid, en el Centro de Exposiciones Arte Canal, hasta el próximo 17 de junio.

Entre las muchas referencias musicales incluidas en las tres novelas, me quedo, para despedir el espacio, con la Seguidilla de la Carmen de Bizet, interpretada Paula Lindberg, la madrastra -recuérdese, cantante de ópera- de Charlotte Salomon.


Charlotte aprendió a leer su nombre en una tumba.
Así que no es la primera Charlotte.
Antes existió su tía, la hermana de su madre.
Las dos hermanas están muy unidas, hasta una tarde de noviembre de 1913.
Franziska y Charlotte cantan juntas, bailan y ríen también.
Y es algo que nunca resulta extravagante.
Hay pudor en esa forma de practicar la dicha.
Quizá tiene que ver con la personalidad de su padre.
Un intelectual rígido, aficionado al arte y a las antigüedades.
Opina que nada hay que importe más que una mota de polvo romano.
La madre es más dulce.
Pero de una dulzura rayana en la tristeza.
Su vida ha sido una secuencia de dramas.
Resultará de gran utilidad enumerarlos más adelante.
De momento, quedémonos con Charlotte.
La primera Charlotte.
Es guapa, con una melena larga y negra como las promesas.
Con la premiosidad comienza todo.
Poco a poco, lo va haciendo todo más despacio: comer, andar, leer.
Algo en ella se va refrenando.
Seguramente se le ha infiltrado la melancolía en el cuerpo.
Una melancolía devastadora, de la que no se regresa.
La dicha se convierte en una isla en el pasado, inaccesible.
Nadie nota que surge esa premiosidad en Charlotte.
Qué insidioso es todo.
Comparan a ambas hermanas.
Una sonríe más que otra, sencillamente.
Como mucho, de tanto en tanto, comentan que se ensimisma largos ratos.
Pero la noche se va adueñando de ella.
Esa noche que hay que esperar, para que pueda ser la última.
Es una noche muy fría de noviembre.
Cuando todos duermen, Charlotte se levanta.
Coge unos cuantos efectos personales, como para un viaje.
La ciudad parece en pausa, cuajada en un invierno precoz.
La muchacha acaba de cumplir dieciocho años.
Se encamina deprisa a su destino.
Un puente.
Un puente que adora.
El lugar secreto de su negrura.
Hace mucho que sabe que será su último puente.
En la noche negra, sin testigos, salta.
Sin la mínima vacilación.
Cae al agua helada y convierte su muerte en un suplicio.
Encuentran su cuerpo al alba, varado en una orilla.
Tiene partes totalmente azules.
Despiertan a sus padres y a su hermana con esta noticia.
El padre se queda cuajado en el silencio.
La hermana llora.
La madre lanza alaridos de dolor.
Al día siguiente, los diarios recuerdan a la joven.
Que se mató sin la mínima explicación.
A lo mejor así es el colmo del escándalo.
La violencia sumada a la violencia.
¿Por qué?
Su hermana considera ese suicidio como una afrenta a su unión.
Casi siempre se siente responsable.
No vio nada, no entendió la premiosidad.
Ahora sigue adelante con el corazón culpable.



David Foenkinos. Charlotte

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