Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 5 de abril de 2017

ELLA FRANCES SANDERS. LOST IN TRANSLATION

Hola, buenas tardes. Bienvenidos a Todos los libros un libro, el programa de Radio Universidad de Salamanca en el que semanalmente os ofrecemos una propuesta de lectura que pueda interesaros. Hoy, nuestra emisión llega a su última entrega por este trimestre y queremos cerrar esta etapa, dejando el invierno atrás y adentrándonos en esta primavera que apenas comienza, con una sugerencia que quizá pueda parecer algo ligera, menor o incluso superficial, pero que resulta también muy estimulante y llena de interés, una obra que, como corresponde a la estación que ahora se inicia, rebosa frescura y sencillez, inocencia y candor, pero no por ello deja de ser sugerente y abierta a múltiples evocaciones.

Un libro que, además, he querido presentaros -con dos enfoques diferentes aunque complementarios- simultáneamente aquí y en mi otro espacio en la emisora universitaria salmantina. Y es que anteayer, tres de abril, el programa de Buscando leones en las nubes se centraba también en este Lost in translation del que ahora os hablo, un curioso librito editado el pasado 2016 por Libros del Zorro Rojo, un destacado sello que se abre paso entre las pequeñas editoriales de más reciente creación por su muy cuidada política de publicaciones. El libro, escrito y dibujado por Ella Frances Sanders, que vive y trabaja en Bath, en el Reino Unido (escritora por necesidad, ilustradora por casualidad, dice de sí misma), y traducido por Sally Avigdor, aparece con el significativo subtítulo de Un compendio ilustrado de palabras intraducibles de todas partes del mundo.

Haciendo honor a la rúbrica bajo la cual ve la luz, Lost in translation -que no tiene nada que ver con la estupenda película del mismo título de Sofia Coppola- recoge más de cincuenta palabras, escogidas entre el léxico de una treintena de idiomas (japonés, noruego, alemán, sueco, neerlandés, malayo, árabe, yidis, finés, tagalo, griego, ruso, francés, galés, urdu, sánscrito, indonesio, farsi, coreano, húngaro, portugués, hawaiano, hindi, inuit, gaélico escocés, islandés y los más exóticos wagiman -lengua australiana casi extinta-, tulu -que se habla en una región del suroeste de la India-, yámana -originario de la Tierra del Fuego- o el africano bantú nguni) que no tienen una traducción exacta en el inglés en el que se redacta el texto original (ni tampoco en el castellano en que nosotros leemos el libro). Tras un interesante prólogo en el que la autora da cuenta del propósito y la intención última de su obra y que os transcribo en su integridad como colofón a esta reseña, Elle Frances Sanders presenta cada uno de los vocablos elegidos desde un triple tratamiento.

Por un lado, cada término se traduce de manera aproximada -se trata, en realidad de una paráfrasis-; así, y a modo de ejemplo, de la palabra árabe gurfa se nos dice que significa “la cantidad de agua que cabe en la palma de la mano”, o la japonesa tsundoku se vierte a nuestro idioma como sinónimo de “comprar un libro, no leerlo y dejarlo apilado sobre otros libros no leídos”. Este sentido más o menos literal se acompaña siempre de una glosa de la voz escogida, un breve comentario que Sanders envuelve en un tono poético, sencillo e ingenuo, rezumando ternura, sensibilidad, también ironía y humor. De este modo, a propósito de trepverter, un sustantivo yidis, que literalmente significa “palabras de escaleras” y metafóricamente se aplica para referirse a aquella frase o respuesta ingeniosa que se te ocurre cuando ya es demasiado tarde para usarla, escribe la autora: Es tan frustrante que las mejores frases te vengan siempre a la cabeza cuando te has alejado. Como siempre, esas réplicas sarcásticas y mordaces tan divertidas llegan solo cuando has dado la vuelta a la esquina o has bajado las escaleras.

Por último, y complementando los distintos textos, aflora la faceta de dibujante de quien firma el libro. De nuevo, las notas de simplicidad y sencillez caracterizan las ilustraciones, todas ellas con un indudable punto de naturalidad y un tono naïf y hasta infantil, con colores puros, líneas claras, imágenes algo planas y elementales, muy primarias, pero con mucho encanto y un notorio poder de fascinación, tal y como puede comprobarse en la que se recoge en la portada del libro, la representación gráfica del término inuit iktsuarpok, “el acto de salir continuamente para comprobar si alguien a quien esperas está llegando”.

Pero, más allá del interés intrínseco que ofrece la lectura de los textos y la contemplación de las inocentes viñetas, el libro resulta atrayente por cuanto, en paralelo al disfrute de las poéticas interpretaciones de los curiosos y evanescentes vocablos seleccionados, permite plantearnos los problemas, las dificultades, también los misterios, que siempre encierra la traducción, el imposible acto de verter a un idioma no ya las palabras, sino las ideas, las emociones, los valores, las visiones del mundo o los modos de entender la realidad por parte de una determinada cultura. La expresión lost in translation alude, en su sentido literal, al hecho de que en toda traducción perdemos algo del significado primitivo del texto original, en la medida en que traducir -como sabe cualquiera mínimamente interesado en el tema- no consiste tan solo en encontrar una palabra o una frase que diga en otro idioma lo mismo que en el inicial, sino en buscar, efectivamente, ese decir “lo mismo”, esto es, la voluntad de trasladar fielmente a otra lengua el “espíritu” de lo que decimos o escribimos, todo ese conjunto de evocaciones, vivencias, sobreentendidos, derivaciones, sugerencias, alusiones, implicaciones, resonancias, sentimientos, emociones, subtextos, intenciones, sentidos ocultos o latentes, elementos del contexto, referencias implícitas, y también ritmo, cadencia o musicalidad, que siempre lleva consigo nuestro modo de expresarnos; una tarea condenada, por naturaleza e irremisiblemente, al fracaso; una tarea que necesariamente debe llevarse a término contentándose el traductor con la transmisión de una idea aproximada -pero no fiel al cien por cien, ¿cómo podría serlo?- de ese rico universo, hecho de decenas de ramificaciones, que constituye siempre la expresión de la que se pretende dar cuenta a los hablantes o lectores de otro idioma. En definitiva, somos nosotros, es nuestro profundo e íntimo mundo personal, los que somos realmente intransmisibles, tal y como afirmaba Walt Whitman en unos versos que cierran el libro: Yo también soy indomable/Yo también soy intraducible.

Estamos, pues, ante un problema, clásico entre los expertos y profesionales de esa dificilísima ocupación -la de los traductores e intérpretes- que desde siempre se ha formulado -en paralelo a este “lost in translation” que ahora nos ocupa- con el muy acertado proverbio italiano traduttore, traditore -traductor, traidor- que refleja de un modo muy acertado, sea cual sea la metáfora escogida -la pérdida, la traición-, la radical inviabilidad del acto de traducir. Por escoger una sola muestra más del libro, ¿qué palabra equivaldría en nuestro idioma al conocido término portugués, saudade, que Ella Frances Sanders presenta como “un vago y constante deseo por algo o alguien que no existe, o que alguna vez quisimos y perdimos”? ¿Nostalgia, melancolía, tristeza, añoranza, deseo, evocación, remembranza, extrañamiento, pena, languidez, recuerdo, depresión? ¿Todas estas acepciones juntas? ¿Cómo sustituimos en un texto, en un poema, en una canción, este fecundo “arsenal” de significados que encierra esta polisémica voz?

Hace casi veinte años, en 1999, en el número monográfico que la revista Litoral dedicó a Cavafis, se incluía una breve sección titulada Cavafis polifónico, en la que se presentaban hasta ocho versiones en castellano de uno de sus poemas, de título griego έπήγα. No me resisto ahora a dejaros aquí, para ilustrar esta noción, la de la imposibilidad radical de la traducción que se encuentra en el fondo de este Lost in translation del que hoy os hablo, cinco de esas aproximaciones a los versos cavafianos, todas ellas a cargo de renombrados poetas y excelentes profesionales, ninguna idéntica a la otra, cada una con sus múltiples variantes léxicas, rítmicas, e incluso ortográficas y de puntuación:

FUI (trad: José María Álvarez)
Nada me retuvo. Me liberé y fui
hacia placeres que estaban
tanto en la realidad como en mi ser,
a través de la noche iluminada.
Y bebí un vino fuerte,
como sólo los audaces beben el placer

ME FUI (trad: Pedro Bádenas)
Nada me ató. Me liberé de todo y me fui.
A placeres que, medio reales,
medio soñados, rondaban en mi alma,
me fui en la noche iluminada.
Y de los más fuertes vinos bebí, como
del que beben los héroes del placer.

FUI (trad: José Ángel Valente)
No me ligué.
                        Por entero me liberé y me fui.
Hacia goces que estaban
parte en la realidad, parte en mi ser,
en la noche iluminada fui.
Yo bebí un vino fuerte,
como sólo el audaz bebe el placer.

AVANCÉ (trad: Alfonso Silván)
A nada me até. Me abandoné por completo y avancé.
Hacia los goces que mitad reales,
mitad imaginados en mi mente eran,
avancé en la noche iluminada.
Y bebí de fuertes vinos, como
beben los valientes del placer.

ANDUVE (trad: Juan Ferrater)
No estaba atado. Me solté del todo
y anduve hacia adelante.
Hacia goces que eran mitad reales,
mitad tumultos de mi ánimo,
anduve por la noche iluminada.
Y bebí el vino fuerte que consumen
en el placer los bravos.

Y desde otra perspectiva, incluso en los casos en los que “captar” el sentido del texto originario resulta relativamente fácil -por su simplicidad o por su carácter más o menos “plano” y carente de significados implícitos-, la traslación a otro idioma siempre deja fuera -siempre pierde- algo de la expresión que se quiere traducir. Pienso ahora, por citar un único ejemplo cuando el tiempo se nos hecha encima, en la frase inglesa A man, a plan, a canal: Panamá (que algunas fuentes sitúan en el epitafio del constructor de la conocida obra de ingeniería), que puede ser volcada al español sin especiales dificultades (Un hombre, un plan, un canal: Panamá) en una versión que mantiene el sentido de la frase de partida pero que abandona por el camino -lost in translation- el hecho de que, en inglés, ese breve texto es palindrómico.

En fin, con estas muy evidentes muestras de la complejidad que toda traducción encierra y de los muchos significados que quizá se nos escapan cuando leemos obras literarias traducidas, cierro esta reseña en la que he querido presentaros un estupendo librito, Lost in traslation, de Ella Frances Sanders, que recoge cincuenta muestras en diversos idiomas de palabras notoriamente intraducibles, abiertas pues a infinidad de evocadoras sugerencias. Una veintena de ellas, con sus ricas alusiones y su indudable aliento poético aparecen, rodeadas de sugerente y deliciosa música, en las dos emisiones de Buscando leones en las nubes, mi otro espacio de Radio Universidad de Salamanca, dedicadas al libro. La primera se emitió el pasado 3 de abril. La segunda lo hará el próximo día 17 de este mismo mes. Ambas podréis encontrarlas, en su momento, en el blog del programa: buscandoleonesenlasnubes.blogspot.com.

Aprovechando la homonimia de libro y película, y en una conexión que reconozco algo forzada, os dejo con More than this, la estupenda canción de Roxy Music que suena en la cinta de Sofia Coppola.


¿Cómo presentar lo intraducible?

En un mundo tan conectado e intercomunicado como el nuestro, tenemos más medios que nunca para expresarnos, para explicar a los demás cómo nos sentimos, y para compartir lo importante y lo trivial de nuestros días. Sin embargo, la inmediatez y la frecuencia de nuestros intercambios dan lugar a tantos malentendidos que, ahora más que nunca, lo que realmente queremos decir queda muchas veces lost in translation. La habilidad de comunicar más rápidamente y con mayor asiduidad no ha eliminado las lagunas entre significado e interpretación, por lo que las emociones y las intenciones se malinterpretan constantemente.

Las palabras de este libro pueden ser respuestas a preguntas que nunca imaginaste hacer, o quizá a otras que alguna vez te hiciste. Pueden concretar emociones y experiencias que parecían imprecisas o indescriptibles, e incluso hacerte recordar a alguien a quien habías olvidado hace mucho tiempo. Si algo puedes sacar de este libro, más allá de unas cuantas buenas formas de romper el hielo, es la reafirmación de que, como ser humano, estás fundamental e intrínsecamente unido a cada una de las personas de este planeta a través del lenguaje y de los sentimientos.

Por más que queramos ser diferentes, sentirnos como individuos, y nos entusiasmemos con la expresión, la libertad y las experiencias que nos hacen únicos, todos estamos hechos de la misma sustancia. Reímos y lloramos de forma similar, aprendemos palabras para después olvidarlas y, cuando conocemos a personas de culturas y lugares distintos a los nuestros, de alguna forma comprendemos cómo viven sus vidas. El lenguaje nos une a través de sus significados, tentándonos a cruzar fronteras y ayudándonos a comprender las preguntas terriblemente difíciles que la vida, implacable, nos arroja.

Aunque a veces muestren un falso aspecto de permanencia, los idiomas no son inmutables. Evolucionan, y en ocasiones hasta llegan a morir, e independientemente de que conozcas unas pocas palabras de alguno o miles de muchos, sirven para moldearnos: nos permiten dar forma a una opinión, expresar amor o frustración, e incluso cambiar el punto de vista de otra persona.
Para mí, hacer este libro ha sido más que un proceso creativo. Me ha hecho considerar la naturaleza humana de una manera totalmente nueva, y ahora me encuentro a mí misma reconociendo estos sustantivos, adjetivos y verbos en las personas con las que me cruzo por la calle. Veo boketto en los ojos de un anciano sentado a la orilla del mar, y percibo el resfeber que se apodera del corazón de unos amigos que se preparan para cruzar el mundo. Espero que este libro te ayude a recuperar partes de ti mismo que habías perdido, que te traiga a la memoria recuerdos hermosos, o que te permita transformar en palabras ideas y sentimientos que antes no podías expresar con claridad.
El escritor Eckhart Tolle dijo: «Las palabras reducen la realidad a algo que la mente humana puede comprender, lo cual no es mucho». No estoy de acuerdo. Las palabras nos permiten comprender en una medida extraordinaria. Por supuesto, todos los idiomas pueden tomarse por separado y reducirse a unas cuantas vocales, símbolos o sonidos, pero la habilidad que el lenguaje nos confiere es increíblemente compleja. Puede que haya algún vacío en tu lengua materna, pero no temas: puedes recurrir a otras lenguas para definir lo que sientes, y estas páginas serán tu punto de partida.

Así que... ¡a perderse en la traducción!

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