Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 26 de octubre de 2016

JUAN DE DIOS LUQUE, ANTONIO PAMIES, FRANCISCO JOSÉ MANJÓN. DICCIONARIO DEL INSULTO;
PANCRACIO CELDRÁN GOMARIZ. EL GRAN LIBRO DE LOS INSULTOS

Hola, buenas tardes. Bienvenidos un miércoles más a Todos los libros un libro, el espacio de recomendaciones de lectura de Radio Universidad de Salamanca. Esta semana os propongo un par de libros no estrictamente literarios, pero sí muy rigurosos e interesantes y, si los leemos con la adecuada predisposición, hasta divertidísimos.

El desmesurado auge de las redes sociales en estos últimos años ha llevado consigo -más allá de las indudables ventajas que estos medios suponen en los campos de la comunicación, el periodismo, la difusión cultural, la participación política, el activismo social y tantos otros- un corolario no sé si previsto pero en cualquier caso no deseado: su instrumentación como fácil recurso para la difusión de rumores, la propagación de infundios, la trasmisión de falsedades y, en definitiva, la demasiado frecuente conversión de internet en un vulgar e indigno espacio en el que encuentran cobijo la pobreza intelectual y el alarido cavernícola, la más absoluta indigencia mental junto a las manifestaciones más primitivas de miles de cerebros planos, las inanes y enfebrecidas cogitaciones (por llamarles algo) de innumerables -más, por desgracia, de las que uno podría imaginar- cabezas huecas y los impulsivos desahogos de individuos prerracionales, las banalidades y los disparates pseudocientíficos de cualquiera que se cree -la sacrosanta y mal entendida libertad de expresión- con derecho a pronunciarse sobre todo lo divino y humano. Además, y bajo el cobarde manto de protección -e incluso de inmunidad- que proporciona el anonimato, en cualquier foro internáutico (sean los de un periódico o un blog, los tutelados por un particular o los amparados por una institución, los de twitter o los de Facebook, los creados por un futbolista de éxito o por un prestigioso científico) no tardan en aflorar la intolerancia y el linchamiento, el acoso y la agresión, la difamación y la injuria, la ofensa y los improperios, la denigración y la calumnia, el exabrupto y la mentira (como ha escrito recientemente David Trueba, en las redes sociales el diálogo ha sido sustituido por el empeño en tener razón y la única forma de hacerse notar consiste en hacer daño). Yo mismo he sufrido -bien que de modo ligero- hace unas semanas, en este blog desde el que ahora os hablo, alguno de estos efectos, cuando tras publicar una reseña del libro de Alberto Royo, Contra la nueva educación, hube de soportar las airadas intervenciones de un grupo de defensores del autor que, sin entender en absoluto los planteamientos por mí expuestos, no solo los criticaban -lo cual, obviamente, es legítimo y hasta necesario y elogiable- sino que, sobre todo, se abrían a una serie de argumentos ad hominen, insultos personales (algunos relativamente graciosos, todo hay que decirlo), alusiones torticeras e ironías insidiosas que, aparte de falsas, nada tenían que ver con el objeto de mi reseña y sí con un resentimiento, un rencor, un encono y un odio que parecían proceder de motivaciones ajenas a mi crítica al libro. E incluso algunas de estas ventajistas intervenciones daban toda la impresión -no me cabe la menor duda de ello- de haberse “fraguado” en otro ámbito para acabar “estallando” en este (como si alguien hubiera querido saldar en el universo “virtual”, aprovechándose de la ignominiosa ventaja que atribuye el incógnito en la red, no se sabe qué cuentas personales o profesionales, supuestas deudas contraídas en la vida “real”).

Como quiera que el tono general de la “conversación” en estos espacios -y abandono ya el relato de mi peripecia personal- no tarda en derivar hacia lo vulgar y lo impertinente, lo grosero y lo zafio, lo maleducado y lo soez, quiero aprovechar mi propuesta de hoy para hablaros de un par de libros que tienen precisamente al insulto como motivo central, porque aparte de los muchos motivos de interés que en sí mismos encierran ambos volúmenes, su lectura quizá pueda ayudar a muchos de los agresivos difamadores de hoy en día si no a refrenar sus arrebatos vejatorios sí al menos a elegir, cuando el primario calentamiento neuronal amenaza con provocar la renuncia a todo tipo de control racional sobre lo que se dice, vocablos y locuciones de más alto calado expresivo y de mayor inteligencia y sensibilidad. Os hablo de Diccionario del insulto, una espléndida colección seleccionada por Juan de Dios Luque, Antonio Pamies y Francisco José Manjón, que vio la luz en el año 2000 en la Editorial Península como una suerte de continuación de otra obra de los mismos autores, El arte del insulto, que había aparecido también en la misma editorial en 1997, y de, con idéntica temática, el inabarcable El Gran libro de los insultos, publicado en 2008 por Pancracio Celdrán Gomariz en la editorial La Esfera de los Libros y objeto de reedición en estos días en una versión especial que aprovecha la conmemoración de los quince años del sello editorial.

Debo aclarar, de entrada, que yo no soy un especial amante del insulto, antes al contrario, rechazo por principio esa forma de comunicación -casi siempre hiriente y demasiado impulsiva- con el prójimo. Puedo reconocer, claro está, el ingenio y hasta la inteligencia que encierran muchos de ellos (cómo olvidar las penetrantes -nunca mejor dicho- ordinarieces de Catulo o los casi cruentos denuestos intercambiados entre Quevedo y Góngora, por citar algunos clásicos, o, en la actualidad, ciertas memorables y furibundas diatribas de Fernando Savater, o muchos maledicentes y agudos desahogos de Arturo Pérez-Reverte, o los despiadados mandobles de Trapiello en sus diarios), pero las altas dosis de visceralidad que encierran suelen crispar las discusiones más templadas y contribuir poco a la pacífica resolución de los conflictos y no conducen al entendimiento y al acuerdo razonado, modos más idóneos, a mi juicio, de poner fin a enfrentamientos dialécticos. Por otro lado, constituyen, casi siempre, agrias formas de pérdida de respeto y de injusta ofensa hacia otra persona, incompatibles con la ponderación y la ecuanimidad que, desde mi punto de vista, debieran presidir la comunicación con nuestros semejantes. Pensad, por ejemplo, y a propósito del mencionado Pérez-Reverte, a dónde ha llegado en estas últimas semanas la confrontación con Francisco Rico, a raíz de los “tonto del ciruelo” y “talibancita tonta de la pepitilla” proferidos por el académico cartagenero contra algunos de sus compañeros en la docta -y en ocasiones barriobajera- institución. Sin embargo, y pese a esta falta de predisposición personal, los libros que hoy os comento resultan objetivamente atractivos.

En el Diccionario del insulto sus autores acometen la imposible tarea de elaborar un repertorio completo (pese a ello, el libro recopila más de cinco mil) de los punzantes y a menudo ofensivos vocablos, a partir del rastreo en lo que ellos mismos denominan un gran corpus literario y periodístico. Así, cada una de las entradas recoge en casi todos los casos, además de una escueta definición y una interesante información etimológica, ejemplos procedentes de la literatura, pero también de la prensa, la televisión o la calle, las mejores formas de documentar el uso del insulto, esa joya de nuestro acervo cultural, como lo califican los investigadores en el prólogo. Un breve y sustancioso preámbulo en el que se proclaman, además, el valor catártico y la función social de los insultos y su condición de retrato de nuestra forma de ser y de nuestra historia, abre la antología que, apuntalada en una bibliografía que ronda los doscientos títulos, recoge una muestra muy variada de dicterios, organizada -estamos ante un diccionario- por orden alfabético, y de la que ahora os presento, por ver el modo en que se estructura la obra, algunos especialmente significativos, con la transcripción literal de los comentarios que los acompañan en el libro, en una ejemplificación inevitablemente sucinta.

Están, por un lado, los insultos poco usuales y no demasiado conocidos, como cacaseno (Pedante, y por extensión "tonto". Literalmente, "el que caga sabiduría" (del catalán, seny). Y no te rías solo, que pareces un cacaseno. Vargas Llosa, ¿Quién mató a Palomino Molero?); bragazas (Calzonazos, donnadie. Aumentativo agravante de "bragas". Ese bragazas se conforma. Valle Inclán, Divinas palabras); marmolillo (Tonto, estólido. Analogía con el bloque de materia inerte y pesada. A ver, marmolillo, menéese usted. Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta; Luego, ya en el coche, me dijo que el dichoso conferenciante era un marmolillo, que se creía un clásico y no era más que un buñolero. Delibes, Diario de un jubilado); palangana (Fanfarrón, bocazas. Posible analogía con el recipiente. Forofo del Sevilla Club de Fútbol, especialmente insultante si quien lo dice es del Betis); alzacolas (Organizador de la agenda de un político; por extensión, pelotillero. Analogía con el paje que sostiene la cola del vestido); botella (Profesor que se aprende de memoria las lecciones y las recita en clase como una máquina. Analogía con el recipiente: se limita a transportar algo sin protestar y con eficacia) o vanílocuo (Mal orador, sin contenido. Del latín vaniloquus, vano + loquere, hablar. Los vanílocuos del Parlamento enmudecerían de repente si el empleo de tan estomagante locución les fuera prohibido por premática. Lázaro Carreter, El dardo en la palabra); o incluso jipi (Individuo de pelo largo y desaliñado, que vagabundea por ahí, tocando (supuestamente) la flauta y pidiendo limosna. Del inglés hippie (de to be hip, estar al día), movimiento juvenil de los años sesenta y setenta, que preconizaba la automarginación, como alternativa al sistema, tanto capitalista como socialista. También ensalzaba la promiscuidad sexual y el uso de las drogas y liberar la mente de todo autocontrol. Hoy se usa para aquellos que recuerdan a aquellos jipis, tanto por su aspecto físico, como por su actitud. Pensando que estos extranjeros tienen unos hijos más puercos y más jipies, que si por él fuera, los mandaba a todos a cortar caña. Zoé Valdés, Te di la vida entera).

Se presentan también los más consabidos y habituales, aunque en todos ellos la posible vulgaridad de las expresiones se aligera con un toque de humor, muy presente también en la obra entera. Así ocurre con, entre otros muchos ejemplos, las locuciones Más tonto que Abundio, que vendió el coche para comprar gasolina (Muy tonto. No le quedó ningún caramelo a Pilarín; era más tonta que Abundio, que vendió el coche para comprar gasolina. Andrés Sopeña, El florido pensil); Más vago que la chaqueta de un guardia (Gandul irrecuperable); Más zumbado que el pandero de un indio (Loco perdido); Analfabeto de diseño (Fantasmón con cargo o carguillo oficial en el campo de la educación o la cultura, a pesar de no tener ni idea de lo que eso significa. El resultado está a la vista: una multitud de analfabetos de diseño, de sinvergüenzas y de tontos del culo aplaudiendo, como en aquel viejo cuento, el admirable traje del rey desnudo. Arturo Pérez-Reverte, El Semanal); o tonto útil (Originalmente, alternativa a la denominación "compañero de viaje", con la cual se designaba a las personas que son utilizadas por partidos políticos revolucionarios como colaboradores eficaces y que luego, una vez alcanzadas las metas, eran desechadas y apartadas, reprochándoseles su falta de verdadero compromiso. Por extensión aquel que le hace el caldo gordo a otros y a su vez es despreciado por ellos, porque no es del grupo. Es un invento para ingenuos, tontos útiles y demás ralea. Julio Anguita, El Mundo; Pero Carcedo, en fin, es tonto, un tonto útil, o un tonto inútil, porque nadie le escucha. Francisco Umbral. El Mundo).

Del mismo modo nos encontramos con términos como abrazafarolas (Borracho que se recoge a menudo en un estado lamentable. Metáfora basada en la dificultad de volver a casa a pie estando borracho. Uno de los grandes inventos del TBO fue precisamente la farola con ruedas para llevar a los borrachos a casa más fácilmente. José María García sembró vientos con aquellos sonoros epítetos de "correveidile" o "abrazafarolas". De sobra sabes quienes son los enemigos naturales del Real Madrid, y seguro que te gustaría saber un poco más de estos personajillos, que no son otra cosa que pequeños reptiles disfrazados de cantamañanas y abrazafarolas. Página web del Real Madrid); gilibabas (Individuo sumamente tonto. Eufemismo por gilipollas, que lo combina con las babas, símbolo de idiotez. Numerosas empresas están dirigidas por gilis, la variedad más contratada es la del gilibabas, luego la del gili pueril; a continuación, la del gili sádico o en general sicopático... así va el mundo. Javier Marías, El semanal); modelno (Francisco Umbral dedicó un magnífico artículo sólo para esta palabra, que nos acerca tanto a su significado como a su origen y usos reales. Actualmente se utiliza "modelno", muy generalizado, como burla social de determinadas tribus intelectuales, urbanas. Asi, el modelno, sería lo que ha venido después del progre. Modelno es el que se sabe todas las pelis de Almodóvar. Es políticamente correcto, indiscriminadamente esnob y generalmente tonto. Lorca utilizaba "modelno" burlándose de la pronunciación defectuosa de algún amigo, y la broma funcionó entre el grupo. El modelno esnifa coca para curarse los mocos. Francisco Umbral. El Mundo); ablandabrevas (Tonto, inútil. Por ser una actividad tan fácil como innecesaria. Y así siguen haciendo los gilipollas, los malajes, los zurumbáticos, los ablandabrevas y los majagranzas por mucho que crezcan. Gregorio Peces-Barba, ABC).

No pueden faltar tampoco los clásicos, como es el caso de cornudo (Marido cuya mujer se acuesta con otros. Coincide en forma y sentido con el griego keratoforos de donde procede cabrón, aunque no está muy clara la relación entre ambos conceptos. Un suceso reciente contribuye sin embargo a reforzar dicha relación: Cuando la ambulancia llegó a un piso de Móstoles para atender a una urgencia, se encontraron a una mujer y un hombre cubiertos de pies a cabeza con heridas y lesiones. Los heridos señalaron los majestuosos cuernos de reno polar que estaban tirados en el suelo. Pertenecían al marido que los traía como regalo de un viaje. La escena que encontró al llegar antes de lo previsto le hizo agarrar lo primero que tuvo a mano -los cuernos- y arremetió contra los dos amantes. Periódico El Ideal; Fue mártir, porque fue casado y pobre; hizo un milagro y fue no ser cornudo. Quevedo, A un hombre casado; Entré en casa con la cara rozada de puros mojicones, y las espaldas mohinas de los varapalos. Reíase el catalán mucho, y decía a la niña que se casase conmigo para volver el refrán del revés, que no fuese apaleado tras cornudo, sino cornudo tras apaleado. Quevedo, El Buscón); hijo de puta -y sus variantes- (Hijo de puta: Insulto indirecto, consistente en mentar a la madre del interpelado, lo cual se considera más grave que injuriarlo directamente a él. Insulto de eficacia universal y reconocida, que ha dado lugar a muchas variantes. Muchas de estas variantes son coyunturales y pertenecen a un período histórico determinado. Así, Don Ramón María del Valle Inclán llamaba a los policías que lo llevaban detenido a la Modelo: Hijos de Primo de Rivera, productos de antepalco, haciendo la primera parte alusión al dictador de la época y la segunda a ciertas actividades que se realizaban con vicetiples, bailarinas y actrices de poco éxito y que se desarrollaban en los antepalcos de los teatros de variedades. Todo lo sufría, hasta que un día un muchacho se atrevió a decirme a voces hijo de puta y de hechicera. Agarré una piedra y descalabréle. Quevedo, El Buscón; ¿Quién me habla? ¿Sois voces del oro mundo? ¿Sois almas en pena o sois hijos de puta? Valle Inclán, Romance de lobos); hijo de tu madre (Eufemismo que se limita a no pronunciar la palabra puta, fácilmente reconocible por el contexto. El hijo de su madre, ¡cómo fingía el muy zorro! Camilo José Cela, La familia de Pascual Duarte); hijo de un regimiento de meretrices (Hipérbole para hijo de puta. Se supone que debió ser metonimia: el regimiento serían los clientes, porque madre no hay más que una. Existe una variante argentina aún más curiosa: hijo de remil putas); hijoeputa (Hijoeputas, esos son los dirigentes. Zoé Valdés, Te di la vida entera); hijoputa (Mala persona, sin sentimientos ni principios, capaz de cualquier fechoría y que no merece ninguna compasión. A ver si me vas a preguntar esa que hacen todos los estudiantes de periodismo al final de las entrevistas: "¿El poeta nace, o se hace?" Suspenso, hijoputa, le contesto yo. José Hierro, El País Semanal); o hijoputa montao en un ruido (Motarra, porque pasan a escape libre proclamando lo turbio de su linaje. Lázaro Carreter, El dardo en la palabra). En un registro similar, también mamón (Gilipollas, tonto. De mamar, por analogía con el niño pequeño, fácil de dominar y de engañar. Tendrán que matarme, o me mata la prensa o conmigo no pueden. No me pliego a mamones. Javier Clemente, El País; Y además de la denuncia por escrito, quiero presentar algo más a esos mamones del Ayuntamiento. Juan Marsé, El embrujo de Shangai).

Resultan reseñables también los sexistas, racistas, xenófobos o, en general, prejuiciosos, casi inusitados en esta época en que la pacata corrección política tiende a proscribir cualquier manifestación que siquiera roce levemente la cada vez más susceptible piel de individuos y grupos sociales (llama la atención, en este sentido, cómo ha cambiado la sensibilidad -no sé si el fenómeno merece un término tan noble- de los tiempos en los dieciséis años pasados desde la publicación del libro). Y así, hoy resultan casi inimaginables -y también impronunciables e impublicables- insultos como charol (Negro. Analogía con el barniz negro y brillante. Del portugués charâo. De racista nada, yo me parto la jeta por defender a los charoles, incluso a los moracos. Manuel Vázquez Montalbán, El premio); judío (Hebreo, y por extensión, malvado. Originario de la provincia romana de Judea; por extensión israelita. En la Edad Media y el Siglo de Oro se cuestionaba realmente la condición de cristiano viejo del insultado. Cuando la expulsión de los judíos es ya algo lejano, éstos dejan de ser un referente de la experiencia cotidiana, y empiezan a predominar usos más figurados, basados en la doctrina eclesiástica, que los seguía condenando como responsables de la muerte de Cristo. Voto a Dios -dije yo- que el bellaco que tal dijo, es un judío, puto y cornudo. Quevedo, El Buscón; Mire que es de judíos lo que hicieron con doña Sabelita. De la misma cabecera de la difunta la echaron a la calle arrastrándola por los cabellos; Valle Inclán, Romance de lobos; Pero delante de mí no hay un judío sinvergüenza que se atreva a hablar mal de la Virgen. Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta); gitano (Ladrón, estafador, tramposo. Epítome de todos los vicios, defectos y maldades que desde hace cinco siglos se achacan a este pueblo en nuestro país. Se suele utilizar gitano como insulto para indicar que un individuo es un ladrón, sucio, que no tiene palabra, que traicionará la confianza que se deposita en él. Estos tópicos quedan expresados en locuciones tales como "los gitanos si no la hacen a la entrada, la hacen a la salida". El tópico del gitano estafador ya se recoge en el Tesoro de Covarrubias de 1611 y se encuentra incluso en textos del siglo XVI, relativamente poco tiempo después de la llegada de los gitanos a España. Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladornes: nacen de padres ladrones, críanse con ladrones, estudian para ladrones y, finalmente, salen con ser ladrones corrientes y molientes. Cervantes, La gitanilla); maricón (hombre homosexual. Aunque teóricamente las palabras maricón y homosexual se oponen por su registro, también parecen existir distinciones semánticas. Homosexual es cuando te gustan hasta un punto en que puedes controlarte, pero los que son como yo, que ante la simple insinuación de un falo perdemos la compostura, mejor dicho, nos descocamos, ésos somos maricones, David, ma-ri-co-nes, no hay más vueltas que darle. Senel Paz, Fresa y Chocolate; En mi casa yo era el único homosexual, allí sólo había maricones, algunas mujeres y montones de chulos. Nazario, Plaza Real Safari; Y rarito había empezado siendo Cigala, el manicura, según él mismo decía, rarito desde chavea, y había acabado siendo maricón. Eduardo Mendicutti, El palomo cojo; El maricón del francés no distingue un arrendajo de una perdiz; para el señorito Iván todo el que agarraba una escopeta era un maricón, que la palabra esa no se le caía de los labios, qué manía. Miguel Delibes, Los santos inocentes); y, por encima de todos, las numerosas acepciones despectivas del término mujer (mujer al punto, mujer al taxi, mujer cuota, mujer de casa pública, mujer de la carrera, mujer de la vida, mujer de mal vivir, mujer de mala nota, mujer de partido, mujer de vida alegre, mujer del arroyo, mujer del arte, mujer del gremio, mujer fatal, mujer tenías que ser, mujercilla, mujeruca, mujerzuela, mujer errada, mujer de la vida airada), muchos de ellos meros eufemismos de prostituta, otra palabra cuyas connotaciones ofensivas afloran en infinidad de manifestaciones: abarraganada, actriz, agrofa, alegrona, alondra, alternadora, amasia, ambladora, andorra, andorrera, andova, anónima, araña, arjulipí, arrecogida, artista, autobús, aventurera, azafata, bacante, badana, bagasa, bailarina, baldonada, banderola, bandida, barragana, bestezuela, bordiona, bribona, brusca, buharra, burraca, cabaretera, cabra, cachaloa, cachera, cachonda, cacho puta, cacho zorra, caide, calientacamas, calientapollas, callejera, callo, callonca, camarera, camaruta, candelaria, candonga, cantonera, capulina, carcavera, casera, cellenca, cerda, chai, chaleco, changadora, chica de alterne, de aviso, de descorche, de moral distraída, chian, chingala, chipichusca, chirlata, chubasca, chuchumeca, chumasca, churriana, chusca, cigarra, cigarra de la noche, cisne, cochina, cocotte, coima, colipoterra, cómica, concubina, consejil, consentidora, coño alegre, coño loco, copera, corista, correcalles, cortesana, corza, coscolina, cotorrera, cualquiera, cuero, currutaca, en una enumeración interminable que, como se puede apreciar, interrumpo en la letra c.

Sin tiempo ya para más comentarios, os aconsejo igualmente la consulta de El Gran libro de los insultos del polifacético Pancracio Celdrán Gomariz. Con un significativo subtítulo, Tesoro crítico, etimológico e histórico de los insultos españoles, fundamentado también en un extenso aparato bibliográfico, con un ilustrativo prólogo y tras una simpática presentación de Forges, el libro presenta más de mil páginas repletas de sustanciosos insultos, cada uno de los cuales se ofrece con abundantes referencias lexicográficas y literarias, constituyendo el conjunto un compendio que rezuma sabrosa erudición.

Libros muy interesantes y entretenidos, estos dos catálogos de insultos os proporcionarán horas de gran amenidad y diversión, a la vez que nutrirán vuestro bagaje léxico para su posible utilización en esas inconsistentes discusiones en los foros virtuales caracterizadas habitualmente por la explosiva mezcla de inanidad e iracundia, de odio e insulsez.

De entre las muchas canciones cuyas letras permiten ilustrar mis recomendaciones de esta tarde, he elegido un clásico, Rata de dos patas, un abigarrado elenco de improperios nacidos del despecho, que escucharéis en la insuperable versión de Paquita la del Barrio.

No hay comentarios: