Vivo entre muchos libros y extraigo una gran parte de mis ganas de vivir del hecho de que aún leeré la mayoría de ellos. (Elias Canetti)

miércoles, 27 de junio de 2012

WILLIAM TREVOR. VERANO Y AMOR

Hola, buenos días. Hoy quiero empezar Todos los libros un libro con una reflexión personal acerca del proceso de elaboración de estas reseñas, una reflexión que es a la vez una confesión de impotencia. Y es que esta mañana, queriendo hablaros maravillas de una estupenda novelita que he leído el verano pasado, sinceramente no sé qué contaros. No sé si sois conscientes de la dificultad que entraña muchas veces el presentaros un libro del que, como ocurre con mi referencia de esta semana, apenas puedo comentaros uno o dos detalles. Fijaos: por de pronto se trata de un libro de un escritor para mí desconocido (y en general con una mínima presencia en el universo editorial español, aunque lleva catorce novelas publicadas y es cada año reiterado candidato al Nobel de Literatura), por lo que esa vía, tan socorrida, del breve apunte biográfico del autor me resulta hoy intransitable. Además, tampoco puedo hablaros demasiado de la trama, de la historia narrada, pues a poco que os cuente desentrañaría ciertas claves que debéis ir conociendo a medida que leáis el libro, de modo que una ligera sinopsis de su argumento será todo lo que esté a mi alcance en estos comentarios. Como por otro lado no soy un experto en la materia (recordad que soy un mero aficionado a la lectura, sin cualificación académica o científica suficiente como para erigirme en crítico literario) tampoco soy capaz de analizar con profundidad la estructura, el lenguaje o la construcción de los personajes, por lo que sólo me queda reiterar, una y otra vez, para haceros esta reseña, que se trata de un libro magnífico, lleno de poesía, de sensibilidad y de emoción, un libro conmovedor, que habla de la vida, del amor, de esos acontecimientos esenciales en la existencia de cada uno de nosotros y que nos acompañarán en el recuerdo mientras vivamos. Un libro, en definitiva, que no deberíais dejar de conocer, so pena de perderos una pequeña joya literaria y, lo que es más, unos emocionantes momentos de lectura.

Pero vayamos con la mención completa de la obra, que con tanto preliminar corro el riesgo de olvidarla. Os hablo de Verano y amor (el título original en inglés es, justo al contrario, Amor y verano, lo que nos lleva a preguntarnos acerca de los ignotos criterios que siguen las editoriales a la hora de titular los libros; algo así ocurre también con los nombres de las películas, irreconocibles tras su paso al castellano. ¿Recordáis Someone like it hot, A algunos les gusta caliente, que se convirtió en Con faldas y a lo loco en nuestro país? ¿O el disparate de Norwegian wood, Madera noruega, nombre de una canción de los Beatles que dio título a un libro de Haruki Murakami, el cual sin embargo se llamó aquí, por arte de birlibirloque, Tokio blues, despreciando la referencia a los cuatro de Liverpool? En fin...). Verano y amor es la última novela del irlandés William Trevor, presentada en España, en traducción de Victoria Malet, por la editorial Salamandra. El libro vio la luz -y yo lo leí con enormes deleite y pasión- hace ahora un año, aunque he demorado la presentación de esta reseña a este momento, cuando la estación estival acaba de empezar y finaliza la temporada regular de Todos los libros un libro.

La acción de Verano y amor transcurre en Rathmoye, un pequeño pueblo de Irlanda, durante un verano de finales de los años cincuenta. Vaya por delante que la descripción del ambiente rural, provinciano, tranquilo y algo aburrido de la vida del pueblo, en el que la existencia transcurre sin sobresaltos, sin especiales acontecimientos, en el que, en cita literal del texto, nunca ocurre nada, es uno de los logros del libro. Una placidez, un tedio, una ausencia de novedades de los que el fallecimiento de la señora Connulty, con cuyo funeral se abre la novela, constituye la excepción. En ese capítulo inicial el autor nos pasea por el pueblo, al que en pocos trazos describe con maestría, sus cuatro calles, los principales comercios, los focos de la limitada vida comunitaria. Conocemos también a algunos de los ciudadanos de Rathmoye: por su lugar en la trama destacan sobre todo los hijos de la difunta, Joseph Paul y la señorita Connulty, a la que nadie en el pueblo conoce por otra denominación, privada de su nombre propio por la intransigencia opresiva de una madre que, al fallecer, permite una cierta liberación a la ya madura mujer; el anciano vagabundo Orpen Wren, su cerebro sumido en una nebulosa en la que se confunden pasado y presente, y que deambulará por la novela como lo hace, errático, por las calles del pueblo; y también Elli Dillahan, una joven sobre la que girará la trama, que se constituirá en el personaje principal del libro. Criada en un orfanato, aún una chica, Ellie es enviada a servir a la granja del señor Dillahan, una casona remota y aislada, alejada de toda civilización. El granjero encontrará en la sumisa muchacha el consuelo al padecimiento que arrastra por haber perdido a su esposa y a su hijo recién nacido en un accidente del que él mismo ha sido responsable. La discreción de Ellie, su abnegación, su entrega callada y provechosa a su labor de sirvienta, acabará ganando no sólo la confianza sino el cariño del viejo Dillahan, con el que terminará contrayendo un matrimonio en el que no parece haber germinado la pasión.

La tranquilidad de la vida de la pareja se ve perturbada, no obstante, ese día del funeral de la señora Connulty, cuando Ellie vislumbra a distancia, en la ceremonia, a un joven desconocido que se pasea por el pueblo en bicicleta y que no deja de hacer fotografías en el cementerio. Se trata de Florian Kilderry, un veinteañero melancólico y soñador, pendiente de liquidar la venta de la casa solariega de sus padres para levantar el vuelo y lanzarse al mundo, al viaje, a la aventura. La aparición inopinada del chico altera el reposado sosiego, aunque tedioso e insulso para una joven, de la rutinaria normalidad de Ellie. La pasión, repentina e irrefrenable, el veraniego amor del título, empuja a la joven hacia una relación con Florian, que se desarrolla a espaldas no sólo del marido maduro sino del pueblo entero, cuyo ambiente clausurado, gris y algo opresivo limita las manifestaciones más intensas del sentimiento. La joven se debate entre el impulso efervescente de su amor por Florian y una cierta sensación de culpa frente al bondadoso marido: Allí, piensa la chica en un solitario paseo por el monte, era más fácil no sentirse una extraña para sí misma, convencerse de que se había dejado seducir por una fantasía de niña de convento, avergonzarse y saber que avergonzarse era lo correcto. Ellie vive con intensidad su amor, pero sufre, además, por una cierta tibieza del joven, que parece contemplar la experiencia como una más ligera aventura veraniega antes de su marcha definitiva de la comarca y de Irlanda: Esa noche, volvemos a la novela, Ellie lloró en sueños. Intentó despertar, temiendo que se oyeran sus sollozos. Ella los oía, pero cuando consiguió abrir los ojos, comprobó que su marido dormía plácidamente. Notó la almohada húmeda y le dio la vuelta. Por la mañana, las lágrimas habían desaparecido como si hubieran sido fruto de su imaginación, aunque sabía que no era así.

Más allá de esta trama, tampoco demasiado novedosa, la novela es genial por la penetrante descripción de los contradictorios sentimientos de la chica, por el modo en que se muestra la superficialidad confundida del joven, por la magnífica recreación de la soterrada, de la escondida convulsión que provoca en el pueblo la aparición del chico y el intuido idilio con la joven, y también, pero esta vía no debo mostrárosla salvo que definitivamente os quiera arruinar la lectura, por las repercusiones que su aventura provoca en la íntima naturaleza de algunos otros personajes, singularmente de la señorita Connulty y, en menor medida, de su hermano Jean Paul. Y todo ello contado con la magistral capacidad de sugerencia e insinuación de un autor que con sabias y muy ligeras pinceladas nos traslada todas esas vertientes de las vidas de sus protagonistas.

Os recomiendo vivamente este pequeño librito de poco más de doscientas páginas. Lo leeréis en un suspiro arrebatado y estoy seguro de que os emocionará. Os dejo para completar la reseña una canción que habla del verano y sus tristezas. Se trata de Summertime sadness, en la voz de Lana del Rey (que me tiene fascinado desde hace meses y que aparece con asiduidad en buscandoleonesenlasnubes.blogspot.com. el blog de mi otro programa en Radio Universidad de Salamanca). Antes, un breve fragmento del libro, decisivo en la trama. Os invito también a visitarnos aquí durante el mes de julio, pues durante sus cuatro semanas seguiré ofreciendo reseñas literarias ya al margen de las emisiones radiofónicas "oficiales" que terminan ahora hasta el curso que viene. Pasad un buen verano.


Si volvía a verlo en Rathmoye, cambiaría de acera. Si le dirigía la palabra, le diría que llevaba prisa. Le daría vergüenza admitirlo porque era ridículo, porque lo único que tenía que hacer era pensar en otra cosa cuando la imagen de aquel desconocido le venía a la cabeza. Pero ahora lo intentó y no lo consiguió. Seguía viéndolo en el Cash and Carry delante de la gelatina Bird, las latas de mostaza, la sal Saxa. Como si todos esos productos significaran algo, los tenía clavados en la mente, como si fueran algo más de lo que podían ser, y se preguntaba si algún día volverían a ser lo mismo, si podría serlo lo que ella había comprado, la harina de maíz Brown and Polson, el detergente Rinso. Se preguntó si ella sería la misma; si ya no era -ni lo sería jamás- la persona que había acudido al funeral de la señora Connulty, ni la persona que era antes de aquel día.

Todo había empezado cuando él le preguntó de quién era el entierro, pero entonces ella no se percató. En cambio, había caído en la cuenta cuando la señorita Connulty se lo señaló en la plaza. Y cuando él le sonrió en Cash and Carry, ya lo sabía. Ya era distinta cuando permaneció de pie con él al sol, cuando él le ofreció un cigarrillo y ella negó con la cabeza. Cualquiera podía haberlos visto, pero a ella no le habría importado.


miércoles, 20 de junio de 2012

RICHARD YATES. LAS HERMANAS GRIMES

Hola, buenos días. Esta semana os traigo un libro sobrecogedor. Os preguntaréis cuál puede ser la razón de que haya decidido, así de un modo tan aparentemente alegre, estropearos la plácida mañana de la que estabais disfrutando hasta ahora con una recomendación de este calibre, pero dejadme deciros que la novela que hoy reseño en Todos los libros un libro es además de estremecedora, extraordinaria. Y no penséis que los términos sobrecoger, estremecer, que he aplicado al libro, deben interpretarse en sentido literal. No se trata de una novela de terror; vamos, no hay vampiros, ni seres fantasmales, ni lóbregas mansiones encantadas... no, el temblor, el sobresalto, el tenso nudo en el estómago con el que se lee esta novela, tienen una dimensión espiritual y no física. Son el hastío de la existencia, el sinsentido último de la vida, la angustia provocada por el estéril paso del tiempo, la desoladora sensación que producen los sueños rotos los que protagonizan esta, insisto, excepcional novela y son todos esos sentimientos los que nos atenazan los nervios, los que alteran nuestro ánimo, los que, incluso, y exagerando un poco, nos aterran durante su lectura. Pero es un estremecimiento placentero, podríamos decir, porque la lucidez y la claridad del relato, la descarnada descripción que en él se hace de la existencia humana, son tan magníficas que provocan una suerte de identificación con esas vidas tristes que se nos muestran con precisión, de modo que se siente una especie de felicidad al reconocerse en ellas, al verse retratado en los personajes, en esa nuestra común fragilidad, en ese nuestro desvalimiento, en esa nuestra última y definitiva inutilidad. Dice una de las dos protagonistas principales del libro, a su término: Sí, estoy cansada. Y ¿sabes una cosa? Tengo casi cincuenta años y nunca he entendido nada en toda mi vida. ¿Cómo no sentirse partícipe de tal sentimiento? ¿Cómo no decir, “sí, esa es también mi vida, esas mis perplejidades, esos mis miedos, mis frustraciones, mis angustias”?

Pero bueno, ya veis que he empezado por el final, y aún no os he mencionado siquiera el título del libro. Se trata de Las hermanas Grimes. Su autor el norteamericano Richard Yates, al que también se debe la ahora popular, por su adaptación cinematográfica, Revolutionary Road. Por cierto, Las hermanas Grimes parece que también será llevada al cine, y se citan a este respecto los nombres de Ellen Barkin y Naomí Watts, como productora y protagonista principal, respectivamente. El libro ha sido publicado por la editorial Alfaguara, en una traducción con incómodos argentinismos (y espero que la corrección política imperante no "castigue" mi adjetivo) de Rolando Costa Picazo; una traducción que parece recuperada sin retoques de una anterior edición de 1977, publicada entonces con un título más cercano al original, Easter Parade, Desfile de Pascua.

Ninguna de las hermanas Grimes estaba destinada a ser feliz y al echar una mirada retrospectiva siempre da la impresión de que los problemas comenzaron con el divorcio de sus padres. Así, de un modo tan tajante y categórico, con esta ominosa rotundidad comienza esta novela desasosegante y magnífica. Sarah y Emily son dos hermanas que viven en el Nueva York de entre los años treinta y setenta del pasado siglo. Ambas viven con su madre, Pookie, una mujer a la que el abandono del marido ha dejado desguarnecida ante la vida, por la que va dando tumbos de unos oficios a otros, cambiando de domicilio a cada poco, haciéndose acompañar con cada vez mayor frecuencia, en su inexorable camino a la solitaria vejez, por la siempre peligrosa y a la postre falsa amistad de la bebida. Sarah, la mayor de las hermanas, una mujer más convencional, acabará casándose y dando al mundo tres hijos de Tony, un joven mecánico al que su parecido con Laurence Olivier y una difusa raigambre británica permiten disimular, aunque sólo en una primera apariencia, su auténtica condición de obrero y, sobre todo, su brutal violencia masculina. Emily, la pequeña, desde cuya posición seguimos la narración, con más nobles aspiraciones juveniles, que incluyen los estudios universitarios, deambula también, como su madre, de un trabajo a otro, frecuenta innumerables hombres, en relaciones muchas veces destructivas y siempre infelices, y ve pasar los años sin encontrar sentido a su existencia. Ambas se encuentran, llegada la cincuentena, perdidas en sus respectivas soledades, la familiar de Sarah, que soporta las agresiones de su marido y el vuelo libre de sus hijos ya crecidos, y la desarraigada de Emily que, absolutamente alejada del mundo, perdidos su trabajo y sus vínculos con la realidad, parece adentrarse lenta y casi imperceptiblemente en el oscuro territorio de la desoladora demencia.
 
Entiendo, insisto, que la triste descripción que acabo de haceros de la trama argumental de la novela(envejecer, morir es el único argumento de la obra, decía Gil de Biedma) pueda haceros huir de un libro sin embargo excelente. Es cierto que el encarar de frente ciertas demoledoras realidades de la vida puede no resultar un plato de gusto. Sin embargo, creedme, pese a todo ello, la lectura de Las hermanas Grimes nos pone en contacto en muchos instantes con la belleza, con la verdad, con el misterio de la vida, y todo ello a partir de una narración espléndida por la que se avanza con extraordinarios interés y atención. Os la recomiendo sin ninguna duda. Leedla, no os arrepentiréis. Como cierre a la emisión, una canción también triste que habla de desesperanza y sueños rotos, Mad world, de Tears for Fears, en la inmejorable versión de Gary Jules. Hasta la semana que viene.


Una vez, en esa época, cuando volvía a la oficina después del almuerzo, vio reflejado en una vidriera el rostro macilento y petulante de una mujer -que cualquiera hubiera dicho que estaba avejentado, repleto de arrugas y ojeroso, con una boca débil, llena de compasión hacia su dueña- y descubrió horrorizada que era el suyo. Esa noche, sola ante el espejo del baño, intentó de muchas maneras mejorar su aspecto: arrugar los ojos con una sutil sonrisa, agrandándolos luego en una sonrisa amplia de puro deleite, apretar los labios para aflojarlos luego de varias formas, mientras se miraba en un espejo lateral para observar el perfil desde varios ángulos, experimentando hasta el cansancio con nuevas maneras de realzar el óvalo con distintos peinados. Luego, frente al espejo grande del vestíbulo, se quitó toda la ropa y estudió su cuerpo bajo una luz brillante. Tenía que meter tripa para verse bien, pero ahora el hecho de tener senos pequeños era una ventaja, poco podía hacerles la edad. Dándose la vuelta, miró por encima del hombro y se cercioró de que tenía el trasero caído y la parte de atrás de los muslos arrugada. Sin embargo, al volver a mirarse de frente llegó a la conclusión de que no estaba del todo mal. Se echó hacia atrás y se miró a una distancia de tres metros, y al llegar a la alfombra del salón empezó a practicar los pasos y posiciones que había aprendido en la clase de Danzas modernas en Barnard. Era muy buen ejercicio, y le asaltó un sentimiento erótico de orgullo. El espejo lejano devolvía la imagen de una niña delgada y ágil, que se movía sin esfuerzo, hasta que puso mal un pie y sus movimientos se hicieron torpes. Estaba respirando fuerte y empezaba a sudar. Era un estupidez.

Lo que necesitaba era una ducha. Pero al entrar en el baño el espejo del botiquín la sorprendió con la misma imagen cruel de la vidriera a la luz del día: el rostro de una mujer de edad mediana, presa de una desesperante, terrible necesidad.

 

miércoles, 13 de junio de 2012

VASILI GROSSMAN. VIDA Y DESTINO

Hola, buenos días. Hoy no os traigo, como todas las semanas, un libro más, una simple novela, hoy os traigo una obra maestra, uno de los grandes hitos de la literatura universal, destinada a ser recordada, dentro de cien años, cuando los críticos literarios de ese tiempo, los expertos profesores, los sesudos académicos, si es que todavía tales especies hubieran sido capaces de sobrevivir, pero sobre todo las gentes del común, los lectores de a pie, hagan el arqueo de la infinidad de libros escritos en el siglo XX y separen el grano de la paja; entonces Vida y destino, la magna obra de Vasili Grossman aparecerá como lo que ya es hoy, un clásico imperecedero, un libro que no sólo dará cuenta de una época, de la devastación terrible provocada a mediados del siglo pasado por dos horrores simétricos: la barbarie nazi y el terror estalinista, no sólo servirá para documentar de modo fidedigno una etapa oscura, quizá la más sombría y brutal de la historia de la humanidad, sino que seguirá entonces hablando al alma de los seres humanos, pues en él hay verdad y emoción a raudales, en él hay reflexiones y sentimientos auténticos y hay sensibilidad y hay, sobre todo, vida.

Vida y destino, escrita por su autor terminada la segunda guerra mundial y acabada en 1960, no vio la luz hasta 1980 en Suiza, sin que Grossman llegara a verla publicada, pues falleció en 1964. Él mismo la había presentado a las autoridades rusas para su edición, pero el jefe ideológico del Politburó, el censor Súslov, denegó el permiso con la afirmación, que ya pertenece a la mitología literaria, de que el libro no podría publicarse en doscientos años, dado el peligro que su mensaje entrañaba para la causa soviética. La novela salió de Rusia gracias a la intervención del disidente Sajarov y no pudo ser leída por sus compatriotas hasta 1988. En España se conocía, tan sólo, una traducción del francés publicada por Seix-Barral en 1985, hasta llegar a la actual edición, vertida del ruso por Marta Rebón y aparecida en 2007 bajo el sello de Galaxia Gutemberg.

Vida y destino es una novela total, pues en sus mil cien páginas Vasili Grossman intentó, con éxito indudable, recogerlo todo, abarcar la complejidad de la vida humana en su totalidad. Así, por un lado, nos hallamos ante una saga familiar. El libro narra la vida de las tres hermanas Shaposhnikov, Liudmila, Zhenia, Marusia, y el único varón de la familia, Mitia, y su difícil existencia a principios de los años cuarenta, en plena guerra, entre Moscú y Stalingrado, y en Kazán y Kuibishev, otras ciudades del vasto imperio soviético. Asistimos a sus peripecias vitales, a sus preocupaciones laborales, a su lucha por la vida, a sus dramas personales, a sus matrimonios, al nacimiento de sus hijos, al trato con sus parientes, a la relación con sus amigos, a la devastación que produce en la familia la dramática guerra: una de las hermanas muere en un bombardeo, Mitia es encerrado en un campo de concentración, el primer marido de Liudmila es arrestado, y Viktor, su segundo marido, un físico que es trasunto del propio autor, es represaliado en su laboratorio científico por no defender una ciencia… ¡estalinista!

Es, también, y muy significativamente, una novela bélica, que describe las vicisitudes de la segunda guerra mundial, en particular el cerco y la ulterior derrota alemana en Stalingrado, de consecuencias decisivas para el devenir posterior de la contienda. Y en el libro suenan el fragor de las batallas, las ráfagas de ametralladora, las explosiones de las bombas, el destructor trepidar de los tanques, el zumbido ominoso de las escuadrillas aéreas. Y acompañamos a los combatientes en sus lamentables rutinas, en su miedo, en su hambre y su frío atroces, en su cotidiano abatimiento y en la enloquecida exaltación de los combates. El autor nos traslada a ambos frentes, el ruso y el alemán, para encontrar en ellos idénticas tragedias humanas.

Pero Vida y destino es además una novela política, que denuncia abiertamente la ceguera, el fanatismo y la intolerancia del dirigismo soviético, las cobardes delaciones, las purgas irracionales, el arribismo culpable de los funcionarios del partido, la criminal y arbitraria organización social de un Estado totalitario que secuestra y castiga y encarcela y tortura y mata en nombre de abstracciones fraudulentas. Las intrigas burocráticas, terribles, pues conducen en muchos casos a la deportación y la muerte, afloran en diversos pasajes del libro, transmitiendo una sensación de opresión, un absurdo que denominaría kafkiano, si el adjetivo no ciñera la cuestión al terreno meramente literario, cuando sabemos que no se trata de una historia libresca, sino que la realidad fue así, como la cuenta Grossman, y que la mezquina actuación de tantos hombres poseídos por la locura estatalista, por la ciega devoción a la figura del “Gran Hombre Stalin”, provocó millones de muertos.

Es, asimismo, por lo tanto, un documento sobre el terror, un alegato contra la sangrienta barbarie nazi y su correlato la inhumana barbarie soviética. Algunos episodios del libro se desarrollan en los campos de concentración de ambos bandos, en las antesalas de las cámaras de gas, en los barracones repletos de cadáveres ambulantes, en la helada soledad de la estepa siberiana en la que el frío, el hambre y los trabajos forzados acaban con la vida de los disidentes. Son especialmente sobrecogedores los capítulos en los que las víctimas judías son encerradas en los ghetos, y transportadas, en un hacinamiento animal, hacia los campos de exterminio.

Es igualmente, y por último -no puedo resumir en diez minutos una obra de tal magnitud-, una novela de amor que nos habla con esperanza de la fuerza del ser humano para superar la adversidad, para mantener la dignidad, para querer, para amar, para enternecerse, para sentir, para conmoverse, para emocionarse y, sobre todo, para desde ese amor, desde esa ternura, desde esa emoción, desde esa dignidad, construir una vida auténtica y plena en medio del dolor y la terrible y desoladora inhumanidad. No os perdáis esta maravilla, esta obra maestra de la literatura universal, y lo que es más importante, esta novela que toca directamente el alma humana con sus palabras de verdad.

Como ilustración musical de la novela os dejo una canción que inicialmente habla de amor, pero a la que sus creadores han querido significar como una muestra de rechazo a otra guerra, la de Irak. The Unthanks y su preciosa Give away your heart.

En las filas resonó el grito de un niño seguido del grito salvaje y penetrante de las mujeres. Los que habían sido seleccionados continuaban callados con la cabeza gacha.
¿Cómo se puede transmitir la sensación de un hombre que aprieta la mano de su mujer por última vez? ¿Cómo describir la última y rápida mirada al rostro amado? ¿Cómo se puede vivir cuando la memoria despiadada te recuerda que en el instante de aquella despedida silenciosa tus ojos parpadearon para esconder la grosera sensación de alegría que experimentaste por haber salvado la vida? ¿Cómo puede ese hombre enterrar el recuerdo de su esposa, que le depositó en la mano un paquete con el anillo de boda, algunos terrones de azúcar y unas galletas? ¿Cómo puede seguir viviendo al ver el resplandor rojo inflamarse en el cielo con fuerza renovada? Ahora las manos que él ha besado deben de estar ardiendo, los ojos que se iluminaban con su llegada, sus cabellos cuyo olor podía reconocer en la oscuridad; ahora arden sus hijos, su mujer, su madre. ¿Cómo es posible que pida un lugar más cercano a la estufa en el barracón, que sostenga la escudilla bajo el cucharón que sirve un litro de líquido grisáceo, que repare la suela rota de su bota? ¿Es posible que golpee con la pala, que respire, que beba agua? Y en los oídos resuenan los gritos de los hijos, el gemido de la madre.

 

miércoles, 6 de junio de 2012

JOHN LANCHESTER. NOVELA FAMILIAR

Hola, buenos días. Bienvenidos como todos los miércoles a Todos los libros un libro, vuestra cita semanal con la lectura en Radio Universidad de Salamanca. Hoy os traigo un libro muy especial y de difícil clasificación, pues perteneciendo de manera obvia, como podréis comprobar, al género biográfico, e incluso autobiográfico, participa también, a mi entender, aunque en muy pequeña medida, de los rasgos de la ficción literaria. Se trata de Novela familiar, la última obra publicada en España del excelente novelista John Lanchester. El libro ha sido editado por Anagrama en traducción de Aleix Montoto, que hace que las voces literarias suenen en un bastante aceptable castellano, en el que, pese a todo, se han deslizado algunos catalanismos recurrentes.

He estado a punto de calificar, hace un momento, al referirme a él, a John Lanchester de escritor inglés, pero siendo indudablemente un autor que utiliza la lengua inglesa en todas sus publicaciones, su trayectoria personal y profesional lo convierte en un autor cosmopolita. Con raíces familiares en Irlanda, nacido, casi por azar, en Hamburgo, crecido y educado en Calcuta, Hong Kong, Brunei, Rangún, estudiante universitario en Oxford, casado en Estados Unidos, John Lanchester es un escritor formidable, que se ha desenvuelto en géneros muy diversos, reseñista de libros, autor de necrológicas, periodista deportivo, crítico gastronómico… antes de desembocar en la novela, en la que nos ha dejado, que yo conozca, dos grandes obras, que también os recomiendo, En deuda con el placer y, sobre todo, El puerto de los aromas, esta última ambientada en un Hong Kong maravillosamente recreado, no en vano la antigua colonia inglesa ocupa un lugar destacado en su propia peripecia vital.

Novela familiar no es, como digo, en realidad, una novela, más que en un sentido muy amplio del término. John Lanchester nos cuenta, con amplio apoyo documental (cartas, fotografías y algún otro escrito, que se incorporan al volumen), la historia de su propia familia, retrotrayéndose al pasado de dos generaciones de ambas ramas familiares, la paterna y la materna, sobre todo ésta última. Las vidas de los progenitores del autor son, fueron, unas vidas fascinantes, llenas de vicisitudes, plenas de peripecias, trufadas de avatares a cual más sorprendente, y, sobre todo, permeadas por algunos secretos esenciales, cuyo tardío descubrimiento por parte del hijo, del propio John Lanchester, constituye el núcleo generador que hace avanzar el libro. Y es precisamente la existencia de estos secretos, sobre todo en la vida de la madre, y la investigación, podríamos llamar, que hace el hijo para reconstruir una existencia que hasta entonces se había mostrado sino opaca, sí parcialmente velada, lo que acerca el libro a su condición novelística. Porque en esa indagación de las raíces de su propia vida y de la de sus padres, Lanchester se ve obligado, forzosamente, a inventar, o al menos a imaginar (y ficcionar, por tanto), una realidad que para él, pese a la profusión documental, pese a la cantidad de información que llegó a manejar, era desconocida.

La madre, el personaje central y más poderoso de la novela, es, sucesivamente, Julia Gunningan, nacida en una pequeña aldea irlandesa, la hermana Eucharia, monja recluida en un algo siniestro convento y misionera en los coloristas territorios de la India colonial, Shivaun Cunninghaam, o B.T.J. Lanchester, algunas de sus personalidades literarias, o, por fin, Julia Lanchester, tal y como la conoció su hijo. Todos estos personajes encubren a una misma mujer, de ahí la pertinencia del término avatar: son apariencias que desfilan a lo largo de su vida, formando un friso algo misterioso y muy sugestivo que encierra un enigmático secreto cuyo significado último el propio autor pretende desentrañar.

También el padre, Bill, ofrece una historia singular: nacido en África, criado allí y en Hong Kong, educado en Australia, alejado de sus propios padres. Soldado del ejército australiano, británico que apenas había pisado el Reino Unido hasta una etapa relativamente tardía de su vida, alto directivo de banca en Hamburgo y en diversos lugares de Asia… siempre a más de diez mil kilómetros de lo que, supuestamente, era su patria inglesa.

Y a la potencia literaria intrínseca a esas dos vidas especialísimas se une, para conformar una narración formidable, la ambientación en mil y un lugares pintorescos, tocados por el aura de exotismo; la recreación, como fondo de la historia, como escenario en el que se desenvuelve la novela, de una época decisiva para el mundo, los dos primeros tercios del siglo pasado; la profundidad de la reflexión íntima del narrador; el sutil análisis psicológico de las personalidades de ambos progenitores y de la suya propia; y tantos otros logros de este libro, como os digo, excelente y que os recomiendo muy vivamente. 

Os dejo ya con el comienzo de la novela, unas frases iniciales que envuelven algunas de las claves del libro. Antes, música de la India, claro está, para mantener el colorido que desprende la ambientación del relato. Asha Bhosle, la gran diva del gigante asiático, interpreta The way you dream junto a Michael Stipe (me asalta la sospecha, que ahora no tengo tiempo para comprobar, de haberos ofrecido el mismo vídeo en alguna otra ocasión) en ese magnífico proyecto cultural -no sólo centrado en la música- que es One Giant Leap.


Una de las cosas más famosas jamás escritas sobre la vida de las familias es la frase inicial de Anna Karenina: Todas las familias felices se parecen unas a otras, cada familia infeliz lo es a su manera. Es una línea espléndida, tan grandilocuente y rimbombante que nos resulta fácil no darnos cuenta de que no es verdad. Parte de su falsedad reside en el hecho de que las familias felices no son especialmente similares, del mismo modo que las infelices no son tan diferentes. Sin embargo, en un nivel más profundo, la falsedad reside en la idea de que una familia es feliz o infeliz. En realidad, la vida, la vida de las familias, no es tan sencilla. La mayoría de las familias son las dos cosas, felices e infelices, con frecuencia intensamente, y con frecuencia al mismo tiempo. La sensación de seguridad puede que sea sensación de estar atrapado; los placeres de la rutina pueden ser tedio asfixiante; el imprevisible humor de los padres, desesperante e impropio infantilismo; y en muchos casos, el sentimiento es simultáneo. De niño yo fui tanto feliz como infeliz, del mismo modo que mis padres fueron tanto felices como infelices, y del mismo modo que le ocurre a casi todo el mundo.

Otro aspecto en el que nuestra familia se parecía a las de los demás era que teníamos secretos. Todas las familias tienen secretos. A veces son del tipo de secretos que la familia esconde a los desconocidos; a veces de los que una familia se esconde a sí misma; y otras de esos cuya existencia nadie admite conscientemente. Pero casi siempre están ahí. La gente tiene una profunda necesidad de secretos. La cuestión es qué hacer con ellos y sobre ellos, y cuándo contarlos.